Gabriel Sanhueza Suarez

 Gabriel Sanhueza Suarez

Los latinoamericanos que hoy rondamos por los sesenta,  menos cinco o más cinco años,  somos los de la generación del 68. Aquellos que vivimos la Guerra Fría y  a nivel local  estuvimos rodeados de dictaduras sangrientas monitoreadas por los Johnson, Nixon y Reagan.  Los que alabamos la Revolución Cubana y queríamos concretar el sueño del Che.

La ética que nos movía, era la de consecuencia, aunque la vida se nos fuera en ello. Un sentimiento de solidaridad y compromiso con todos los hambrientos de justicia de la tierra, que debía imponerse por sobre el egoísmo hedonista.

La ética que  hoy me mueve es más amplia. Tiene como característica principal  una toma de conciencia de estar conectados, de forma muy compleja, con los demás y con el medio ambiente. El imperativo moral, en esta ética, no es otra que apoyar las capacidades regenerativas de la naturaleza, y limitar  simultáneamente las demandas excesivas e irresponsables  de la cultura consumista imperante.

Llegar a este conocimiento no fue una cosa de un día para otro. Como dije, nuestro imperativo máximo era hacer la revolución. Éramos de los que creíamos que la energía nuclear, no era mala en sí, sino que dependía  de en qué manos estuviera.

Fue en el exilio, en conversaciones interminable con los jóvenes ambientalistas europeos, donde aprendí a ver más allá de los intereses humanos. Empecé a poner el medioambiente a la orden del día. Di un paso a una mayor toma de conciencia como actor individual  responsable de la supervivencia de muchos otros anónimos, De aquellos,  que según Godofredo Stutzin no tenían voz: las plantas y animales, los suelos, el agua y los océanos, el color natural de las nubes y del cielo,  pocas veces azul en muchas partes.

Los impactos negativos del cambio climático sobre las poblaciones humanas… y no humanas son irreparables. ¿Cómo las víctimas de las catástrofes naturales cada vez más frecuentes, pueden  recuperarse de la destrucción de sus hogares, de la pérdida de sus seres queridos y de la total orfandad en que quedan. El cambio climático impide a las poblaciones vulnerables ejercer su derecho a vivir dignamente. Si eso no es un problema ético, ¿Qué es un problema ético?.

La ética tiene una relación íntima con los estilos de vida. No es más que una disposición o forma de vivir y relacionarse con el mundo.  Somos los humanos los que hemos  desarrollado una variedad de etos. Los orígenes antropogénicos del cambio climático pueden, por lo tanto, ser cambiados, o incluso invertidos, si logramos comprender mejor las consecuencias de nuestros etos en el entorno.

La ética no es un puro código de tabúes de lo que no tenemos que hacer  con los demás. La idea no es entregarles  culpas a los otros, hacerlos simplemente  responsables por el tipo de humanidad voraz que se refleja en el estado actual de nuestro entorno natural. Todos nosotros por nuestras acciones e inacciones con la naturaleza,  tenemos una responsabilidad.

El aspecto más importante de la ética medioambiental consiste en reflexionar en lo que podemos hacer para regenerar los poderes vigorizantes de la “naturaleza”. Por eso,  participo con entusiasmo en el trabajo del Kolleg, que con su quehacer, comunica sustentabilidad, nos alienta a desarrollar el aspecto más positivo de nuestra humanidad, simplemente  siendo más generosos y mesurados con nuestro entorno natural.

La idea es simple: abordar todos los problemas de forma responsable, o sea adoptar una perspectiva que examine, plena y equitativamente, no sólo nuestros intereses, sino también los derechos y las reivindicaciones de todas las personas. Al menos,  preguntarnos qué otros intereses y reivindicaciones –de otros seres vivientes o de los sistemas naturales– tenemos que tener en cuenta. Escoger dicha línea, me permito argüir, significa adoptar la perspectiva de la ética.

Campos de actividades: Comunicación, educación para la protección ambiental

Contacto:

Correo electrónico: gabrielsanhuezasuarez@gmail.com

<< de vuelta