Dr. Joachim Borner
Nunca pude soportar verdaderamente los conceptos “medio ambiente” y “sustentabilidad”. Prefiero hablar de “concebir”, “transformación”, “capacidad de reproducción”, “empoderamiento”. Éstos comprenden aspectos como actuar en vez de reaccionar; reconocer el mundo como un sistema histórico; comprender la cultura como un tejido mutable de significados que debe ser interpretado y moldeado (cultura del clima); modelar el futuro con el sentido de la posibilidad y con ello formular sentido y razón para la responsabilidad; introducir en la sociedad la controversia como método de comunicación y aprovechar el «discourse networks» del Internet como posible técnica cultural para la deliberación de las decisiones de desarrollo. La comunicación para y sobre el desarrollo sustentable se hace sostenible por su carácter participativo y su forma integradora que vincula la cognición y emoción, ciencia y arte…
Después de una larga biografía de aprendizaje, he llegado a comprender, lentamente, este pesado menú de conceptos. La cibernética económica, con la que comencé, fracasó por la falta de un lenguaje “común” de las disciplinas involucradas; el aprender el mundo socio-cultural circundante (Bahrow) me resultó mejor en el estudio de la economía política. La noósfera de Vernadski, la esperanza de Bloch, la ética de la responsabilidad de Jonas, la gran transformación de Polanyi, Gorz y los “Grundrisse” de Marx dieron un impulso al pensamiento. A ello se suman la modelización del Club de Roma, los trabajos de Streibel y Roos, etc. y las otras perspectivas y lógicas del estudio de las ciencias ingenieriles, y posteriormente las de las ciencias naturales, focalizadas en los ecosistemas. Mis cuestionamientos siempre apuntaban al metabolismo entre hombre y naturaleza y a las reglas del juego entre los seres humanos, que dirigían y formaban el metabolismo. Sin embargo, las respuestas siempre eran disciplinarias y no explicaban qué es, por ejemplo “el clima”. El principio de la transdisciplinariedad en la investigación y la ciencia era cosa del diablo y sigue siéndolo en la actualidad en muchas instituciones de enseñanza científica y escuelas de vanguardia.
Un científico realmente bueno es siempre un precursor y éste sólo puede ser alguien que comprenda plenamente algo, la realidad o el mundo de la vida. Lema: ¡la forma sigue a la función y experimentos reales! Esto lo aprendí rápidamente en la industria química de la RDA, incluidas las consecuencias que debería incluir en la planificación un “científico realmente bueno” (prohibición de trabajo). Eso aprendí en la Bauhaus en Dessau – en los “proyectos de transformación hacia el reino de los jardines industriales”, en los procesos de búsqueda conforme a la pedagogía de la Bauhaus (con Peter Jenny y Rolf Kuhn) y en la organización del programa de postgrado interuniversitario e interdisciplinario protección del medio ambiente/ciencias medioambientales en la Universidad Humboldt en Berlín. Lo conocí en diálogos con los “agentes de cambio” medioambientales de las ciencias y artes: Binswanger, Diefenbacher, Jänicke, Succow, Trepl, Sukop, Schenkel, Busch-Lüty, Gerlach, Bahrow, Kraft, Hübler, Leiberg, Siegert… Y en Bélgica, Canadá, Perú, Estados Unidos, Chile, Argentina.
Con el KMGNE encontramos una buena solución para desprendernos de las estructuras y mentalidades de las universidades sin tener que abandonar la idea de universidad. Con ello, el KOLLEG se podría contar entre las instituciones académicas cuyo modelo es una institución que convirtió su nombre en un concepto genérico: el Instituto para Estudios Avanzados de Princeton, fundado en 1930. El objetivo de tal tipo de instituto es dar la oportunidad a científicos, artistas y expertos (jóvenes) de todo el mundo de ocuparse de temas de la cultura del lima, del aprendizaje y la comunicación en transformaciones y del desarrollo sustentable en un diálogo intercultural.
Campos de actividades: educación y comunicación para el desarrollo sustentable, panoramas educativos
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